Horror
14 to 20 years old
2000 to 5000 words
Spanish
Story Content
El aire gélido de la noche de otoño calaba los huesos de los tres amigos: Sofía, Daniel y Ana. Se habían adentrado demasiado en el bosque, siguiendo un sendero que prometía aventuras, pero que solo les había ofrecido confusión y niños secuestrados en su imaginación colectiva impulsado por películas de horror que habían visto semanas atras. El sol se había ocultado tras los imponentes árboles, dejando un manto de oscuridad que parecía cobrar vida a su alrededor.
"¡Estoy segura de que era por aquí!", exclamó Sofía, con la voz temblorosa, consultando una y otra vez el mapa arrugado que sacó de su mochila. Daniel, siempre el más escéptico del grupo, resopló. "Tu mapa está al revés, Sofía. Llevamos horas dando vueltas. Deberíamos haberle hecho caso a mi GPS". Ana, la más pequeña y asustadiza, abrazaba su mochila con fuerza, conteniendo las lágrimas. "Tengo miedo… quiero ir a casa".
De repente, entre los árboles, vislumbraron una luz tenue. Era una cabaña, pequeña y destartalada, con un aire siniestro que helaba la sangre. "Quizás alguien pueda ayudarnos a encontrar el camino de vuelta", propuso Daniel, intentando sonar optimista. Dudaron un momento, pero el frío y el cansancio les impulsaron a acercarse. La puerta, hecha de madera oscura y carcomida, crujió al abrirse, invitándolos a entrar en un mundo que desafiaba toda lógica.
El interior de la cabaña era aún más inquietante que el exterior. El aire estaba cargado de un olor rancio, una mezcla de hierbas secas, polvo y algo indefinible que les revolvió el estómago. A la luz parpadeante de una vela, pudieron distinguir objetos extraños: frascos llenos de líquidos turbios, cráneos de animales, un caldero de hierro que colgaba sobre el fuego apagado. En un rincón, sentada en una mecedora, una anciana les observaba con una mirada penetrante.
La bruja. Así la sintieron los tres, sin necesidad de palabras. Sus ojos, hundidos en un rostro plagado de arrugas, brillaban con una intensidad que les perturbó. "¿Perdidos, mis niños?", preguntó con una voz áspera, como el roce de piedras. "Entrad, entrad. Os daré refugio por esta noche". Sofía, Daniel y Ana intercambiaron miradas nerviosas. Algo en aquella mujer les inspiraba desconfianza, pero la necesidad de escapar del frío y la oscuridad era más fuerte que sus temores. Aceptaron la invitación y se adentraron en la cabaña, sellando así su destino.
La bruja, cuyo nombre era Agata, les ofreció una sopa caliente de un color extraño y un sabor aún más peculiar. Mientras comían, la anciana les interrogó sobre sus vidas, sus familias, sus sueños. Parecía genuinamente interesada, pero Sofía notaba una sombra oscura en su mirada, una insinuación de maldad que le ponía los pelos de punta. Daniel, más pragmático, pensaba que la mujer era simplemente una anciana excéntrica, viviendo alejada de la civilización. Ana, sin embargo, estaba aterrorizada. No probó la sopa y se mantuvo callada, abrazada a Sofía.
Al terminar la cena, Agata les indicó unas habitaciones en el piso superior. "Descansad, mis niños. Mañana os mostraré el camino de salida del bosque". Subieron las escaleras de madera, crujiendo bajo sus pies. Las habitaciones eran pequeñas y austeras, con camas de paja y ventanas tapiadas. Sofía y Ana compartieron una habitación, mientras que Daniel ocupó la contigua. No tardaron en quedarse dormidos, agotados por la caminata y el miedo.
En medio de la noche, Sofía se despertó sobresaltada. Oyó un susurro proveniente de la habitación de al lado. Un susurro que le heló la sangre. Se levantó de la cama y pegó el oído a la pared. Oyó a Daniel quejarse, pronunciando frases inconexas: "No… déjame… por favor…". El susurro se intensificó, acompañado de un sonido extraño, como el goteo de un líquido. Presa del pánico, Sofía despertó a Ana y le contó lo que había oído. Juntas, temblando de miedo, se dirigieron a la habitación de Daniel.
Abrieron la puerta con cuidado. La escena que presenciaron les dejó petrificadas. Daniel estaba tendido en la cama, con los ojos vidriosos y la boca entreabierta. Agata, de pie junto a él, le vertía un líquido viscoso en la garganta desde una botella de cristal. Los ojos de la bruja brillaban con una luz malévola. Al verlas, Agata dejó caer la botella y sonrió. "¡Ah, mis niñas! Ya era hora de que despertarais".
Sofía y Ana retrocedieron, horrorizadas. "¿Qué le estás haciendo a Daniel?", gritó Sofía. Agata soltó una carcajada. "Lo estoy preparando para renacer. Todos vosotros lo estáis. Esta noche seréis purificados, despojados de vuestras impurezas, y volveréis a nacer como seres superiores". Sin darles tiempo a reaccionar, la bruja les arrojó un puñado de polvo brillante. Sintieron una oleada de mareo y debilidad, y sus piernas flaquearon. Agata las sujetó antes de que cayeran al suelo. "No temáis, mis niñas. Será un proceso doloroso, pero necesario".
Atadas a una mesa de piedra en un sótano húmedo y frío, Sofía y Ana sintieron el terror más profundo que jamás habían experimentado. Agata preparaba pociones en un caldero, cantando canciones en una lengua extraña. Daniel, en un estado catatónico, estaba sentado en una silla, con la mirada perdida en el vacío. La bruja se acercó a ellas con una sonrisa siniestra. "Es hora de que os liberéis de vuestro pasado, mis niñas. Es hora de que volváis a nacer".
El ritual comenzó con cánticos guturales y movimientos extraños. Agata vertió un líquido hirviente sobre el cuerpo de Ana, que gritó de dolor. Sofía, impotente, lloraba y suplicaba a la bruja que las dejara en paz. Pero Agata estaba ensimismada en su ritual, ajena a sus súplicas. La piel de Ana comenzó a transformarse, a envejecer a una velocidad vertiginosa. Su cabello se volvió blanco, sus huesos se encogieron, su rostro se arrugó. En cuestión de minutos, Ana se había convertido en una anciana, una caricatura grotesca de lo que había sido.
Ahora le tocaba a Sofía. El mismo líquido hirviente, los mismos cánticos, la misma transformación aterradora. Sintió como su cuerpo se consumía, como su juventud se evaporaba. La vida que conocía se desvanecía ante sus ojos. El dolor era insoportable, pero el terror era aún peor. Observó a Daniel, con la mirada vacía, y supo que él también había pasado por lo mismo. Habían sido despojados de su identidad, de su voluntad, de su humanidad.
Luego comenzó el unbirth. El proceso por el cual los niños se reducirian al punto donde desaparecerian y serían reemplazados por entes que la bruja necesitaba. Para cada uno, cada uno de los niños entró por la vagina, donde sus mentes, una vez fuertes y llenas de vida, ahora serían suprimidas para ser remplazadas por esencias demoniacas de otros mundos, purificados en sangre y oscuridad eterna para estar listos para servir al aquelarre eterno. Las niñas gemían, pero ya nada era lo que solía ser.
Agata había cumplido su cometido. Los tres niños habían sido despojados de su esencia humana, convertidos en receptáculos vacíos, listos para ser habitados por entidades malignas. La bruja se alzó sobre ellos, con los brazos extendidos hacia el techo. "¡Ahora, espíritus ancestrales! ¡Venid y poseed estos cuerpos! ¡Renaced en la carne y traed el caos y la destrucción a este mundo!"
Una luz intensa invadió la cabaña. Un viento huracanado sacudió los cimientos. Los cuerpos de Sofía, Daniel y Ana comenzaron a levitar, rodeados de una energía oscura y poderosa. Sus ojos se abrieron, revelando un brillo infernal. La bruja sonrió. Su ritual había sido un éxito. Había encontrado nuevos huéspedes para sus amos, nuevos soldados para su ejército. La noche del horror apenas había comenzado.
Sin embargo, en las profundidades de las mentes consumidas de Sofia y Daniel, persistía un último destello de esperanza. Un resquicio de humanidad se aferraba a la vida. Ana, siendo más joven, quizás seria la herramienta mas facil de doblegar por lo cual significaba una oportunidad de detener todo y, no ceder ante la influencia maligna, no dejar que los espíritus ancestrales tomasen el control total. Debían luchar, incluso en la oscuridad más profunda. Debían aferrarse a la fe, a la esperanza y, a sus lazos para volver a renacer.
No era el final, sino el principio de un nuevo comienzo. Ellos serían la llama contra el caos; serían la rebelión, se aferrarían a todo ese tormento interno para renacerán, si volverían, de eso, si se encargarían.